Bangkok: La ciudad de las mil sonrisas (parte I)

Después de los interminables vuelos llegamos por fin a la capital. La primera toma de contacto ha sido positiva. Tráfico caótico, comida ambulante, mucho ruido, enormes edificios junto a suburbios de chabolas, templos mimados por la conservación y gente, mucha gente.  Destacamos, sin duda, la óptima red de transportes públicos que nos ha permitido movernos con mucha facilidad y lidiar las largas distancias de la urbe.

El primer día, una vez recuperadas las fuerzas, empezamos con algo light. Vimos el santuario de Erawan y el parque Lumphini. El santuario fue construido durante el levantamiento del hotel homónimo y con motivo de afrontar la mala suerte que la construcción estaba acarreando. Hoy en día, tiene fama de conceder deseos.

El parque Lumphini, el gran pulmón de la ciudad, está rodeado de altos edificios y cuenta con un lago en el centro. Paseando y descubriendo los reptiles que nadaban en el lago nos sorprendió una clase colectiva de aerobic.  Y como era de esperar, nos apuntamos!

El segundo día nos dirigimos a la isla artificial de la capital, Ko Ratanakosin. En su interior se encuentran los templos más conocidos, el barrio chino y la zona mochilera. Empezamos andando por el barrio chino y, después de ver el majestuoso Buda Dorado del  Wat Traimit, nos perdimos, dejándonos llevar por sus sinuosas calles.  Acabamos desayunando unos exquisitos noodles, rollitos y wan-tun de gambas en un garito de chinos. Saciados por tres euros seguimos con las visitas de rigor: el Wat Pho, donde se encuentra el espectacular buda reclinado de 46m acompañado por 394 budas que rodean el recinto. El Wat Phra Kaew, que alberga el pequeño buda esmeralda y el Gran Palacio Real. Finiquitamos la mañana en la calle mochilera por excelencia, Khao San Road, plagada de puestos hippies donde regatear.  

 

 

Por la tarde, pasamos por el Sao Ching-Cha, el columpio gigante en el que antiguamente y durante una fiesta brahmán, se columpiaban intentando alcanzar una bolsa de oro suspendida a 15 metros en un poste de bambú cercano. Delante de este columpio está el Wat Suthat, uno de los templos que nos ha gustado más quizás porque el buda de su interior es uno de los bronces más grandes o quizás por el encanto de tener el recinto para nosotros solos.

 

Acabamos el día coronando el Monte Dorado, unas escaleras de subida junto a decenas de campanas y dongs nos llevaron a un pequeño templo en alto que permite admirar una panorámica de 360 grados de la ciudad.

Nos despedimos mientras cenamos fideos en un puesto callejero. Hasta pronto!